No soy yo,

 

pero soy el Otro de mis sueños.

 

Me costó lo suyo, pero al fin he obtenido los frutos de mi esfuerzo: ya no soy yo: soy otro. Pero no otro cualquiera, no: Soy un otro a mi gusto. Quizás sería  más exacto decir que Otro según mi interés.

El trabajo ha sido duro pero ha merecido la pena. Es cierto que apenas me reconozco en el espejo, que cuando hablo las palabras suenan en mi cabeza como las de un extraño, que tengo que hacer un esfuerzo agotador para que no emerja algo fuera del papel…pero solo es el pequeño precio del éxito. Ahora pertenezco  al cogollito de la sociedad.

Gracias a las duras jornadas en el ambiente irrespirable del gimnasio (abdominales, brazos, spinning, pesas, anabolizantes, charlas absurdas, chiflados del sudor…) he construido una fachada magnifica.

Atrás quedan horas de correr sobre el asfalto, sobre tierra, en invierno, verano, calor, lluvia, polución, los faros de los coches distraídos. El espejo ya no muestra a aquel ser endeble de hombros caídos, con mirada cansina y barriguita fofa. Ahora la imagen que me devuelve parece más alta, con músculos definidos y mirada desafiante.

Las mujeres me admiran y los hombres me respetan.

Mi piel es tersa, sin rastro de los pelos lobunos. Las piernas son suaves al tacto. El pecho es terso y brillante (el dolor de las depilaciones han resultado compensados con creces). El pecho lobo se ha reconvertido en un tórax helénico. Ahora me siento seguro en los espacios cortos.

Ni que decir tiene que “voy de marca” hasta los calzoncillos: no se puede descuidar ni el más leve detalle en la lucha humana. Cuesta lo suyo, pero lo vale. Desnudo y vestido marco las diferencias. Por supuesto que también he cambiado mi olor corporal: no puedo salir a la calle sin O´DeChotas.

Mis pensamientos anteriores han quedado sepultados por un alud de positividad. Solo pensamientos positivos: se muere el perro, que alegría; me despiden del trabajo, que feliz; tengo una enfermedad grave, que ilusión…

“Todo depende de ti” me ha inculcado mi psicoach personal. “La realidad es inmutable, la vida es así, siempre el currante es el paganini, siempre habrá listos y tontos, ricos y pobres (acuérdate la canción Everybody Knows de Cohen: …the war is over…The poor stay poor, the rich get rich). No cambies la realidad, cambia tus pensamientos”. Sus palabras resuenan en mi mente a cada paso. Representan los nuevos mandamientos de mi vida.

Mis emociones no me dominan: tristeza, pasión, rabia, vergüenza, el miedo…Para algo están los antirecaptadores de la serotonina. Navego por la vida fríamente,  solo los objetivos (mis objetivos) marcan mis pasos. Por fin soy inmune al dolor ajeno. Soy libre.

Que delicia engañar a la viejecita que viene a solicitar la pensión. Pero sobre todo, decirles a los que me piden que interceda por ellos lo que quieren oír sabiendo que es mentira…

Ahora puedo ser de uno en el trabajo, otro con mi mujer, otro con mi amante, otro cuando hablo con alguien, otro cuando se va…sin que chirríe nada dentro de mí.

En el final del esfuerzo nada que envidiar a la Marquesa de Merteuil: le gano en que no me guía la venganza de género, pierdo en que soy esclavo de la opinión de los demás.

Soy el fiel reflejo del exterior. Soy la Nada envuelta en papel de celofán. Soy un producto de estantería de imagen apetecible.  Soy una realidad construida desde la banalidad para la banalidad. Casi he conseguido ser el psicópata perfecto que los demás me demandan. Qué más puedo pedir. Nada que pensar, nada de culpabilidad, nada de nada: solo el placer de la alabanza.

Cuan lejos queda aquel petimetre que fui, con sus versitos, sus libros de filosofía barata, preocupado por los demás ¡Cuántas tonterías!

Hoy soy concejal (aún no de urbanismo, pero todo llegará), vivo del sudor ajeno. No huelen a disfrute, no saborean mi éxito desde su ética trasnochada. Se que les doy envidia. Que le vamos a hacer.

No soy yo, pero soy el Otro de mis sueños.

                                                                        

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