Archivo de la categoría: oriente
OTOÑO
Por aquí y por allá
se oye el murmullo de las cascadas
y las hojas caen
Lluvias frías
hasta el mono quisiera
un abrigo de paja
Más blanco que las piedras
de la montaña rocosa
el viento de otoño
Sol púrpura y ardiente
pero el viento
es de otoño
Adherida a un champiñón
la hoja
de un árbol desconocido
El sonido de la campana
se expande en la bruma
del alba
Sopa de arroz
oigo tocar el laúd
granizos sobre el tejado
Sopla el viento de otoño
pero los erizos de las castañas
son verdes
Haiku de las Cuatro Estaciones
Matsuo Basho
MI ÚNICO GURÚ ES LA PERSONA QUE ME FASTIDIA
Para ello trazó claramente las líneas de ataque. Sin atajos, sin trucos fáciles o fórmulas prefabricadas, definió con trazos firmes el camino hacia la salud de la mente y la profundidad del espíritu. Incluso le dio un nombre: «sufrir para acabar de sufrir.» Es decir, usar el mismo sufrimiento para combatirlo y reducirlo en cuanto sea posible. La idea es paradójica una vez más, pero en sí misma es bien sencilla. El placer nos gusta y nos hace pasarlo bien, pero el placer no nos enseña nada. El sufrimiento sí. El sufrimiento siempre trae una lección consigo, y si sabemos ir aprovechándonos de esas lecciones según las vamos recibiendo en la vida, estamos en camino de madurez y desarrollo. Los obstáculos de ese desarrollo, lo tenemos ya bien dicho, son nuestros apegos, falsas ilusiones y condicionamientos adquiridos.
Lo que ahora hace el sufrimiento es descubrimos esos obstáculos ocultos a nosotros mismos. Cuando encuentro que algo súbitamente me molesta, quiere decir que algún apego, ilusión o condicionamiento ha sido tocado, por eso duele. Eso me da la oportunidad de descubrir ese obstáculo, sacarlo a la superficie y desentenderme de él. El sufrimiento moral actúa como el dolor físico. Cuando un diente me duele, me avisa de que se está formando una caries y tengo que ir al dentista. Si las caries no dolieran, pronto nos quedaríamos sin dentadura. Cuando algo duele, en el cuerpo o en el alma, nos avisa de la presencia allí de un agente maligno. El dolor lleva a la salud.
«La tragedia de nuestras vidas no es lo que sufrimos, sino lo que nos perdemos al sufrir. Nos perdemos la oportunidad de avanzar en la vida por el sufrimiento mismo. Avanzamos más cuando nos rechazan que cuando nos aceptan, porque el ser aceptados nos hace creer que todo va bien, mientras que el ser rechazados nos hace caer en la cuenta de que aún hay cosas en nosotros que hay que corregir. Mi único gurú es la persona que me fastidia, porque es quien me revela mis propias flaquezas. Alégrate, pues, cuando sientes que se levanta en ti un sentimiento doloroso, porque, si le sigues la pista, te llevará más cerca de la liberación. Todo progreso espiritual tiene lugar a través del sufrimiento, con sólo que aprendamos a usar el sufrimiento para acabar con el sufrimiento. No os distraigáis cuando sufrís, no os pongáis a racionalizar el sufrimiento, a justificarlo, y menos intentéis olvidarlo o pasarlo por alto. La única manera de tratar con el sufrimiento es hacerle frente, mirarle fijamente a la cara, observarlo, entenderlo. ¿Qué falsa ilusión mía estaba escondida detrás de ese sufrimiento? ¿Qué asimiento de los de mi colección se ha visto amenazado al aparecer este sufrimiento en el horizonte? ¿Cuál de mis condicionamientos ha sido violado? Ahí está mi oportunidad dorada de conocerme a mí mismo, de corregir mis debilidades, de mejorar mi vida…
Ligero de equipaje
Carlos G. Vallés
foto:
http://solopixels.blogspot.com/
EL PUEBLO DE SABA
Hablando de tontería, me viene a la memoria la historia del pueblo de Saba. Su tontería era, en efecto, contagiosa como la peste.
Saba era una gran ciudad, tan grande como las ciudades de que se habla en los cuentos para niños. Decimos cuentos para niños, pero estos cuentos son estuches de perlas que contienen muchas enseñanzas. Tomad en serio las palabras insensatas de los cuentos.
La ciudad de Saba era, pues, incomparable por su tamaño. Pero sus habitantes eran incapaces de apreciarlo. La distancia a recorrer para ir de un extremo de la ciudad al otro era inconmensurable. Sólo en esta ciudad se encontraba la población de una decena de ciudades. Esta población se componía en todo y por todo de tres personas de cara sucia. Aunque fuese innumerable, se resumía en estos tres banales personajes.
Uno de ellos era un ciego cuya vista era penetrante. Es decir, que podía ver una hormiga, pero que era incapaz de divisar a Salomón.
El segundo era un sordo cuyo oído era muy fino. Es como decir un tesoro sin oro.
En cuanto al último, era un hombre desnudo cuya túnica era muy larga.
El ciego dijo de pronto:
«Veo un ejército que se acerca. Puedo distinguir incluso de qué pueblo se trata.»
El sordo dijo a su vez:
«¡Tienes razón! Oigo el rumor de sus conversaciones.»
El hombre desnudo dijo entonces:
«¡Temo que desgarren la orla de mi túnica!»
El ciego añadió:
«¡Ya llegan! Tenemos que huir si queremos evitar ser capturados.»
El sordo:
«Su estruendo se acerca. ¡Huyamos lo más aprisa posible!»
El hombre desnudo:
«¡Socorro! ¡Van a destrozar mi túnica!»
El sordo es el deseo. Oye venir la decadencia de los demás, pero no la suya. El ciego es la ambición. Ve los defectos del pueblo hasta en el menor detalle, pero es ciego para los suyos. El hombre desnudo teme que le corten la orla de su túnica, pero ¿cómo sería eso posible? El pueblo de esta tierra está arruinado, pero teme a los ladrones. Todos hemos llegado desnudos a este mundo y así es como lo dejaremos. Pero todos tememos a los ladrones. En el momento de la muerte, los ricos comprenden que no poseen un céntimo. Los hombres de talento sienten que han errado el camino. Son como esos niños que toman unos trozos de cerámica por bienes preciosos. Si se les quitan, lloran. Y si se les devuelven, se alegran. El niño, hasta que es adulto, no distingue el bien del mal. Sus lágrimas y su risa no tienen valor alguno. Los aristócratas tiemblan por sus bienes como si los hubieran adquirido en sueños. Si se les despertase, se burlarían de su temor a los ladrones. Los sabios de este mundo son semejantes. Temen a los ladrones y se quejan diciendo:
«¡Los ladrones derrochan nuestro tiempo!»
Pero el que cultiva lo verdaderamente útil no se preocupa del tiempo, pues el tiempo no existe para él.
150 cuentos sufíes
Rumi
LA AMADA DEL ENAMORADO
Un enamorado recitaba poemas de amor a su amada. Unos poemas llenos de lamentaciones nostálgicas. Su amada le dijo:
«Si esas palabras me están destinadas, pierdes el tiempo puesto que estamos reunidos. ¡No es digno de un amante el recitar poemas en el momento de la unión!»
El enamorado respondió:
«Sin duda estás aquí. Pero, cuando estabas ausente, sentía un placer distinto. Bebía del arroyo de nuestro amor. Mi corazón y mis ojos se complacían. ¡Ahora, estoy frente a la fuente, pero está agotada!
—Realmente, dijo la amada, no soy yo el objeto de tu amor. Tú estás enamorado de otra cosa y yo no soy sino la morada de tu amado. El verdadero amado es único y no se espera otra cosa cuando se está en su compañía.»
150 cuentos sufíes
Rumi
EL TRAPO DEL YOGUI
Un joven yogui vivía al lado del río. Allí pasaba la mayor parte de su tiempo practicando yoga y meditando. Su vida era simple y libre de preocupaciones. Por no tener otras responsabilidades, el yogui podía pasar largos ratos sentado, contemplando con ojos cerrados la bella forma trascendental del Señor que se encuentra en nuestro corazón. Esta era su rutina y meditación diaria.
Un día, mientras estaba a las orillas del río el yogui lavaba su única prenda de ropa y única posesión, el trapo que usaba para cubrir sus partes íntimas. En la India al hacer tanto calor, poco más era necesario. Aun así mientras el yogui lavaba y secaba el trapo, tenía que estar desnudo y esperar a que este se secara. Un día mientras esperaba que se secara su trapo pensó, «Si tuviera otro trapo no malgastaría mi tiempo esperando a que este trapo estuviera seco. Podría vestirme enseguida después de mi baño.»
Justo en ese momento pasaba un sabio por allí. Un sabio con poder de leer el pensamiento. Él se paró y se dirigió al yogui. «Querido hijo, sé lo que tienes en mente. Quieres ganar tiempo. Pero escúchame cuando te digo que mejor que adquirir más posesiones es mejor conformarse con lo que uno tiene. Es mejor así.» Entonces el sabio le ofreció al joven sus bendiciones y siguió su camino.
El joven yogui meditó profundamente en lo que le había dicho aquel sabio pero al final pensó que con un solo trapo más, no pasaría nada, no era demasiado desear. Así que fue al mercado y compró un trapo de vestir.
Al día siguiente se bañó en el río como de costumbre, lavó su ropa y la tendió en una roca a secar. Después se vistió su nueva ropa y se fue a meditar. Más tarde, el yogui volvió a la roca a recoger su trapo seco. Al recogerlo de la roca el yogui se dio cuenta de que el trapo estaba lleno de agujeritos, mordidas de un ratón hambriento. El yogui estaba disgustado pero pensó, «Ya sé, me compraré un gato para que ahuyente a los ratones mientras se seca mi ropa.» Y así el joven yogui volvió al mercado a comprar un gato.
Al día siguiente el yogui pasó el día felizmente meditando hasta que cayó la noche. A esta hora el gato empezó a maullar, molestando al yogui. «Oh, el gato quiere leche, » suspiró el yogui. Así que esta vez fue al mercado y volvió con una vaca. Todo iba tranquilamente hasta que de nuevo cayó la noche y la vaca comenzó a mugir. «¡No voy a ordeñar la vaca todos los días!», pensó. «Se tarda mucho.»
Así que volvió al pueblo y allí le pidió a una joven que fuera su esposa. Ella podría ordeñar la vaca y dársela al gato, que mantendría alejado al ratón del trapo del joven yogui. Y así el yogui fue feliz un tiempo. Después vinieron los bebés… Hasta que un día su esposa le dijo, “necesitamos una casa.» Así que el yogui construyó una casa
Mientras pasaba el tiempo, el yogui fue meditando cada vez menos y preocupándose más y más. Estaba constantemente ocupado cuidando de su casa, su familia, que crecía, y sus animales. Algunas veces, cuando tenía un momento de paz, él solía recordar aquellos tiempos cuando no tenía ninguna preocupación y su única posesión era tan solo un trapo.
Entonces un día, recordando aquellos tiempos de paz, de nuevo apareció el viejo sadhu que pasaba por allí. El sadhu sonrió y dijo, «Veo que estas pensativo, así pues te diré una vez más que es mejor contentarse con lo que uno tiene. Porque cuando se trata de querer o desear cosas, no hay fin.»
Relatos de la antigua India
Sólo cuando se lo libera del odio y del amor se revela plenamente
El camino perfecto no conoce dificultades excepto cuando se
niega a tener preferencias; Sólo cuando se lo libera del odio y del
amor se revela plenamente y sin máscara; por una diferencia de una
décima de pulgada se separan el cielo y la tierra. Si deseas verlo con
tus propios ojos no has de tener ideas fijas ni a favor ni en contra.
Entrar en el juego de lo que te gusta y lo que te disgusta esa es
la enfermedad de la mente [ ... ] (El Camino) es perfecto como el
vasto espacio, sin ningún deseo, ni nada superfluo. Es a causa de
hacer elecciones que su talidad se pierde de vista [ ... ] Uno en Todo,
Todo en Uno. Si sólo esto es realizado, no te preocupes por no ser
perfecto.
Cuando la Mente y cada mente creyente no están divididas, y
son indivisas cada mente creyente y la Mente, ahí es donde las palabras
fallan, porque no es del pasado, presente ni futuro«.
La maleta del buscador
Maria Teresa Román
La danza de Shiva es la danza del universo; el incesante flujo de energía que pasa por una infinita variedad de modelos que se funden unos con otros.
El nombre de Shiva no aparece en las antiguas escrituras, pero el de Rudra, que es otro de los nombres de este dios y casi tan común como el anterior, aparece frecuentemente en ellas, acompañado de apelativos como «el Aullador», «el Rugiente», «el Terrible». En las fases iniciales de la evolución de la triada de los dioses hindúes, se produjo la absorción por Shiva del védico Rudra, personificación de los poderes implacables de la destrucción. Shiva era «el que quita o el que devuelve». Tiene hermosa apariencia, y se representa con cuatro brazos, cuatro caras y tres ojos. El tercer ojo de este dios, situado en el centro de su frente, posee el poder de lanzar miradas incendiarias que son el terror de todos los seres creados.
El lado destructivo de Shiva queda patente también en su titulo de Bhairava, «el alegre devorador». Como Bhairava, Shiva ronda por los cementerios y los lugares donde se efectúan las cremaciones, ataviado con un collar de calaveras, con la cabeza llena de serpientes y seguido por una comitiva de diablos y diablillos. El otro aspecto del carácter de Shiva queda igualmente manifiesto en la danza cósmica, cuando el dios, en su aspecto de Nataraja, «rey de los danzarines», baila delante de Parvati para aliviar los sufrimientos de sus fieles. Esta danza cósmica de Shiva es uno de los símbolos mas esplendidos de la mitología mundial, una profunda concepción que han plasmado con arte inimitable los bronces del sur de la India. Los estados de trance inducidos por la danza recibían igual consideración que los producidos por el yoga, como demuestran las provisiones de fondos de los templos hindúes para la ejecución de danzas rituales frente a las imágenes sagradas. Shiva Nataraja es representado de pie, bailando rodeado por un circulo de llamas, que simbolizan los procesos vitales de la creación universal. El dios levanta en el aire una de sus piernas sobre una pequeña figura agazapada sobre una flor de loto, que se encoge bajo su pie. Este demonio enano representa la ignorancia humana, efecto de los conjuros de maya. Derrotarla significa alcanzar la sabiduría y la liberación de las servidumbres del mundo. En una de sus manos, el dios lleva un tambor, símbolo del lenguaje, la fuente de la revelación y la tradición. La segunda mano del dios hace la señal de la bendición, mientras que una lengua de fuego que aparece en la palma de su tercera mano sirve de recordatorio de la destrucción. La cuarta mano de Shiva apunta hacia abajo, hacia su pie levantado, a salvo ya del poder de la ilusión, y significa el refugio y la salvación del devoto en la búsqueda de la sabiduría.
En Mamallapuram, al sur de Madras, se encuentra el famoso relieve del Descenso del Ganges, en el que se conmemora un episodio glorioso en el que Shiva intervino en su cualidad de Gangadhara, «sostenedor del río Ganges». Hubo un tiempo en que la tierra se vio privada de humedad, mientras que las aguas del Ganges fluían en los cielos, lavando únicamente el firmamento. De tal modo quedó la tierra contaminada por las cenizas de los muertos, que se desesperó de poder purificarla algún día. No parecía haber forma alguna posible de lavar la tierra, hasta que el sabio Bhagiratha tuvo la idea de traer de los cielos las aguas del Ganges y terminar así con la terrible sequía. Pero el río sagrado era una masa de agua tan grande, que su caída sobre la tierra hubiera producido una gran destrucción, de no ser porque Shiva decidió intervenir, interponiendo su cabeza en lo más fuerte de la corriente. La espesa cabellera del dios consiguió dividir las aguas, que fluyeron mansamente, formando meandros entre sus cabellos, y se dividieron por fin en siete ríos tributarios de suave y pacífico caudal.
El vehículo de Shiva es Nandi, un toro blanco como la leche que figura bien visible en el exterior de la entrada principal de los templos del dios. Nandi es el guardián de las criaturas de cuatro patas.
Diccionario de mitología universal
Arthur Cotterell