TRES CLAVES PARA AFRONTAR NUESTRA LUCHA COTIDIANA (TERAPIA DE ACEPTACION Y COMPROMISO- ACT) III


No controle su mente: enfréntese y cambie su entorno

Hoy en día, mucha gente opina que los psicólogos y psiquiatras gozan de una profesión con un futuro feliz, dado que los problemas de la gente en nuestra sociedad no hacen sino crecer. Sea cierto o no que, por esta causa, son buenas profesiones y aunque, naturalmente, este incremento no se pueda achacar a su falta de efectividad -que duda cabe de que miles de personas se han beneficiado de su traba­jo-, la verdad es que también nos corresponde a nosotros erradicar una idea errónea sobre el trabajo psicológico. Esta idea consiste en creer que siempre hay procedimientos eficaces para enseñar a la gen­te a controlar su mente.

Todos sabemos que muchos tienen la certeza de que realmente han aprendido a controlarla, que han dado con métodos para sentir­se mejor ante los problemas, y que estas soluciones les resultan efica­ces incluso al más largo plazo. Más, cualesquiera que sean esos métodos, de lo que puede usted estar seguro es de que nadie ha dado con un procedimiento psicológico general ideal, gracias al cual se relaja o se libe­ra de sus obsesiones y preocupaciones o se desembaraza de sus ata­ques de pánico o supera su tristeza siempre que lo necesita y duran­te tanto tiempo como desea. Simplemente porque en la mayoria de los casos el problema no esta en la mente sino en la realidad.

Es obligación de los psicólogos quitar esa falsa esperanza alas personas que vienen solicitándonos esos métodos. Es una ilusión halagadora para los psicólogos, pues los reviste de un atractivo espe­cial, casi mágico (los hombres que pueden controlar su mente y ense­ñarlo a los demás), pero absolutamente falsa. Cuando se conoce a un psicólogo personalmente se advierte que es una persona como todos los demás respecto a los problemas psicológicos. «Hasta Napoleón es un hombre cualquiera para su ayuda de cámara».

Aunque parezca una contradicción, mientras estemos intentando controlar nuestra mente, no la estaremos controlando realmente. Y es que el «mundo mental» tiene unas reglas bien distintas a las del mun­do externo: mientras en este último, cuando no quieres algo, en gene­ral, lo puedes evitar (alejándote, apartándolo, cambiándolo, etc.), en el primero, en nuestro interior, si conscientemente quieres desemba­razarte de algo no dejas de tenerlo presente. Por tanto, mantener una postura en la que buscamos desprendernos de pensamientos que no deseamos, de la ansiedad o de un bajo estado de ánimo tendrá como consecuencia exacerbar estas situaciones. Es algo parecido al resulta­do que da esforzarse mucho por ser espontaneo.

Como ejemplo, detengámonos un momento en la siguiente situación. Varios estudios han revelado que los profesores de instituto (en particular, los de Secundaria) sufren, como ningún otro colectivo, pro­blemas mentales y físicos. Los profesores que los padecen no se dis­tribuyen de forma equivalente entre todos los institutos de España, en absoluto: en algunos de ellos muchos docentes sufren estos proble­mas, mientras que en otros casi ninguno está afectado. Si poseyésemos la capacidad para controlar nuestros sentimientos y manejar nuestras emociones: ¿no estaría repartida entre todos? ¿Es que el colectivo de profesores es particularmente inhábil en esta destreza en algunos lugares de España o en algunos barrios? Evidentemente el problema está en el entorno: algunos institutos son mucho más estre­santes que otros. Si plantearamos que la solución de este problema pasa por ofrecer apoyo emocional a los profesores, enseñarles a calmarse, a no tomárselo tan a pecho, a ser positivos, etcétera, (es decir, los remedios habitua­les), en vez de cambiar las circunstancias externas que les llevan a enfermar (el clima de los institutos conflictivos), estaremos ofrecien­do un modelo inútil e ilegitimo éticamente.

Está claro que a muchos les interesa que cualquier problema sea un problema mental, o sea convertir los problemas del paro, la presión del trabajo abusivo, las pésimas condiciones sociales en problemas psicológicos del individuo y por lo tanto culpabilizarlo de su situación. Mientras la sociedad sigue siendo injusta e implacable, y muchos se aprovechan de ello. Por lo tanto pensamos que menos tomadura de pelo de «control mental y pensamiento positivo»,  y más preocuparnos de cambiar el mundo en que vivimos, para hacerlo más justo que es lo único que nos traerá la felicidad.

Somos más partidarios del afrontamiento que del cambio de pensamiento, somo más partidarios de mejorar la realidad que  de cambiar nuestra cognición. Con esto no queremos excluir totalmente ningún método psicológico. En cada caso particular hay que valorar cual tratamiento puede ser más efectivo. Y desde luego no es lo mismo una fobia, que una obsesión o una depresión, y cada uno requiere un abordaje adecuado. Lo que queremos es desenmascarar las recetas facilonas y engañosas del «si no es feliz cambie su pensamiento», donde se esconde la mano de la estafa y la sutil represión.


TRES CLAVES PARA AFRONTAR NUESTRA LUCHA COTIDIANA (TERAPIA DE ACEPTACION Y COMPROMISO- ACT) II

Ni pensamientos negativos ni positivos: los pensamientos no somos nosotros

Aunque parezca llamativo, muchos psicólogos y psiquiatras han sido los primeros en caer en esta trampa y en pensar que -al igual que en el ámbito físico- no hay por que pasarlo mal un solo minuto. En las terapias somos los primeros en ofrecer soluciones rápidas o en negar que vaya a producirse «dolor» durante el tratamiento; en cam­bio, no explicamos al paciente que, a lo mejor, es normal que su sufri­miento continúe durante un tiempo indeterminado. Una gran canti­dad de profesionales de la salud invita a los pacientes a abandonar sus «pensamientos negativos» y a sustituirlos por «los positivos», a distraerse, a olvidar, a no hacer caso de las sensaciones, obsesiones, sentimientos… y hasta les comentan que poseen técnicas eficaces para dejar de pensar en sus problemas y para que los olviden y superen definitivamente. Sin embargo, esta situación puede poner al paciente ante tareas que lo agobien aún más, pues la meta de verse libre de preocupaciones nunca se acaba de alcanzar. No se trata de cuestionar el trabajo de los psicólogos, sino de reflexionar sobre la visión que se ha proyectado en nuestra sociedad respecto de la ayuda psicológica.

El paciente y el terapeuta viven en el mismo mundo y están suje­tos a las mismas influencias. Con mucha más frecuencia de lo que se cree, el psicólogo recomienda aquello que el no ha sido nunca capaz de llevar a cabo. Sin embargo, no por ello deja de transmitir un mode­lo de «manejo ideal de los problemas» por el que, implícitamente, hace creer al paciente que no está eliminando unos pensamientos y sensaciones que la mayoría de la gente si tiene bajo control.

Naturalmente, esto no significa que no haya que esperanzar, ni dejar de sugerir que los problemas acabarán por perder su trascen­dencia, siempre que haya razones para ello (lo que ocurre casi siem­pre). Ninguna postura puede llevarse al extremo. Tampoco se está sugiriendo que, ante obsesiones, tristeza, ansiedad… haya que resig­narse, o abstenerse de buscar ayuda psicológica, todo lo contrario. Sin embargo, conviene entender que cuando el mundo interior nos pare­ce controlable de forma equivalente al exterior, partimos de una premisa tan equivocada que el único resultado posible es la perpetuación y el agravamiento del sufrimiento.

Una manera eficaz de ayudar psicológicamente pasa, precisa­mente, por no psicologizar, o mejor, medicalizar, los problemas. Cuan­do, ante el mínimo padecimiento psicológico recomendamos consul­tar a un profesional de la salud mental, estamos transmitiendo un mensaje peligroso: «No deberías estar así, por nada se debe estar así». ¿Supone esto, a la larga, una ayuda si las circunstancias pueden repe­tirse? Y si el mismo psicólogo o psiquiatra felicitan al paciente por haber acudido a consulta cuanto antes, por no haberse resignado a sufrir, deben ser conscientes de que están jugando implícitamente con el mismo mensaje: «En este mundo no hay que pasarlo mal ni un minuto». ¿Es esta una creencia sensata?

Una manera de fastidiar terriblemente a alguien que se encuentra mal consiste en indicarle que debería ser más positivo, que debería tomar­se mejor las cosas… Sin embargo, necesitamos igualmente un tiempo para encontrarnos mal. Hacerle a alguien sentirse culpable porque no vuelve enseguida a mostrar la alegría que todos socialmente debemos exhibir acarrea llevar al sujeto a una situación imposible, pues no ser capaz de alegrarse siempre se convierte en un motivo añadido de preocupación y tristeza.

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TRES CLAVES PARA AFRONTAR NUESTRA LUCHA COTIDIANA (TERAPIA DE ACEPTACION Y COMPROMISO- ACT) I


Intentar no sufrir nunca, nos asegura el sufrimiento continuo

“El sufrimiento forma parte inseparable de la vida”

Buda

Debido a los cambios de nuestra sociedad, el no tener que soportar ningún dolor, fastidio, demora o alteración, el no tolerar ninguna inco­modidad física ha acabado por volverse lo normal… Esto no supondría necesariamente un problema si discriminásemos en que cosas no tene­mos por que resignamos. El efecto perverso que alberga un mundo tan cómodo estriba en la generalización que se produce desde un ámbito de nuestra vida (el físico) a otros en los que las cosas no pueden funcionar así. La eficacia de los fármacos nos ha deslumbrado, las comodidades materiales nos han encantado y las hemos adoptado rápida e irrenun­ciablemente y, por todo ello, al final, hemos creído que nuestra vida debía ser así en todos sus aspectos: tanto físicos como psicológicos.

De esta manera, hoy en día, la mayoría de las personas -cons­ciente o inconscientemente- piensa que debe hacer lo necesario para tener siempre un estado psicológico de total comodidad, que la men­te no debe albergar sino «pensamientos positivos», que ante la aparición de preocupaciones y desgracias lo mejor es olvidar lo antes posi­ble… y, además, que esta vida mental es perfectamente posible y que se puede aprender. Detrás de esta concepción hay una creencia sim­ple y fundamental: las personas felices son las que acaban cuanto antes con sus «malos rollos mentales».

…No podemos olvidar que la postura del nunca sufrir parte de una concepción biológica, mientras que la realidad del hombre (y, desde luego, su salud mental) no puede reducirse a algo solo biológico, pues es al mismo tiempo histórica y social. Y es que acabar con todo malestar psicológico supondría acabar con nuestra memoria, equivaldría a dejar de ser humanos…

Si una parte de nuestro cuerpo está tan dañada que no podemos vivir con ella cabe la posibilidad, en muchos casos, de bloquearla o amputarla; pero si el problema está en un recuerdo, en una experien­cia, en un sentimiento ¿cómo podemos extirparlo sin dejar de ser nosotros?

La «moda» del no sufrir nunca psicológicamente se ha propagado de tal manera que, hoy en día, cualquier persona cree imprescindible tomar tranquilizantes o acudir a un psicólogo ante acontecimientos dolorosos como la muerte de un familiar, la perdida de un trabajo o la separación matrimonial. Antes de la existencia de los psicólogos y de los ansiolíticos ¿no pasaban esas cosas? ¿Toda la humanidad ha estado profundamente traumatizada al carecer de esos apoyos? Parece haber­se olvidado que, cuando alguien sufre desgracias de este calibre, tiene que pasarlo mal, y que es precisamente querer olvidarlo a toda costa, desentenderse, dejarlo atrás cuanto antes -y no lograrlo- lo que acaba por convertirlo en traumático. Cuando nos negamos a pasarlo mal, cuando deseamos liberarnos de toda contrariedad, no sufrir dificultades, etcétera, nos encontramos con que tenemos ya dos problemas: por un lado, los remordimientos, las obsesiones, el malestar en si; y, por otro, nuestro agotamiento por tratar de evitarlos.

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Instintos, emociones… palabras

Tenemos que tener cuidado con las palabras, sólo tienen un valor instrumental, representan la punta del iceberg de los instintos, deseos o emociones.

La energía que nos mueve se inicia en lo más profundo de nuestro ser, son los instintos y las emociones, luego se convierten en motivaciones, que emergen en nuestra mente en   forma de pensamientos para, mediante nuestra conducta, desembocar en la realidad.

Las palabras y pensamientos no son referente puro de significados, son sólo una etapa en el tránsito entre el inconsciente: instinto y emoción, y nuestra consciencia: pensamiento, palabra. Estos sólo  son  envase que emergen a nuestro mundo preñadas de carne, deseo, ansias y poder. Porque son realmente el disfraz que esconden nuestros instintos y emociones.

Las palabras son siempre un instrumento para un fin. Es la manera que tenemos los humanos de tergiversar la realidad para poder  influir en los demás. Normalmente más preocupadas de deformar la realidad a favor del hablante que de ser objetivas.

El impulso que las genera nace más allá del territorio de la conciencia. Por eso muchas veces decimos cosas en el ardor de muchas situaciones que luego nos damos cuenta que apenas tuvimos control sobre nuestro discurso.

Las palabras son el encantamiento con el que disfrazamos nuestros más oscuros o evidentes deseos: supervivencia, control, poder. Las palabras los convierten en razonables y presentables ante los demás

Las palabras sólo tienen valor si vienen acompañadas de una demostración por hechos. Representan la parte de una representación del ser humano, pero su validez por sí solas es muy escasa. No se deje llevar por las palabras siempre contrástelo con la conducta de su autor.

– » Amor, no me siento maduro para estar en una relación….”: En el fondo puede que esté pensando en largarse con otra persona.

– “Todo esto lo hago por ustedes”…

– “Estoy ejerciendo el cargo para servir a los demás”…

– “Todo el mundo opina que”: y luego viene una opinión personal del individuo.

– “Yo soy progresista”: en realidad tiene una persona a su servicio inmigrante, sin papeles, a la que le paga una miseria por una jornada de esclavo…

– Chica de derechas guapa: “es una persona muy interesante, inteligente,  alguna de sus ideas son muy humanas…”

– Chica de derechas fea: “es una cerda fascista, sus ideas son anacrónicas y afianzan la desigualdad…”

Las palabras no sirven para nada sino están sustentadas por el comportamiento en la vida

…Sienta como base la vanidad de toda doctrina o palabra que no vaya reduplicada por la vida misma…El hombre es una estupidez – y lo es con ayuda del lenguaje-. Con esa ayuda todos participan de lo más alto, pero…en el sentido de hablar de ello, (y eso) es tan irónico como ser espectador que observa en la galería la mesa de banquete del rey…

Un animal no puede engañar ni engañarse, porque no tiene la peligrosa ventaja de hablar…

 

 

Kierkegaard contra lo abstracto

Vida y muerte de las ideas

José María Valverde

El poder inquietante de las palabras: el mundo sagrado, un mundo construido sobre reglas de lenguaje.


En el principio existía la Palabra

y la Palabra estaba con Dios

y la Palabra era Dios

Todo se hizo por ella

y sin ella no se hizo nada de cuanto existe

Evangelio de San Juan

En la mayoría de las religiones el lenguaje ocupa el eje central de su doctrina. La mayoría de éstas tienen textos sagrados que cumplen estrictamente.

Muchas religiones se consideran en posición de la VERDAD, en consecuencia consideran falsas a las otras (paganos, herejías…). Hecho que nos lleva al axioma: si una es verdadera, las otras están equivocadas (por mutua exclusión). Desde luego que no seremos nosotros los que resolvamos el problema. Ya se encargará el Más Allá de aclararlo.

Lo que es evidente que mucha gente podría estar creyendo en algo falso. ¿Les asoma por eso alguna sombra de duda? ¡Qué va! Han aceptado que un conjunto de palabras son sagradas y pa´lante. Por supuesto no han necesitado ninguna prueba científica, ni que tengan alguna coherencia con la realidad. No; sólo la fe.

Que poder tan extraño el de las palabras, y que extraños somos los seres humanos que no aceptamos la realidad sino el verbo.

Y en consecuencia a cumplir con sus mandatos: tipo de vida, relaciones, reglas éticas….y si tenemos que pasar a cuchillo a nuestros congeneres… pongámonos manos a la obra…

Pero… ¿no podemos aprender a controlar nuestra mente? II

Por supuesto, lo anterior no es sino una simple prueba y no todo el contenido mental funciona de forma equivalente. Pero he querido incluirla para transmitir una idea sencilla y verdadera: es un buen camino abandonar la ilusión del control mental. Otra cosa son los pro­blemas externos que nos causan malestar, estos podemos y debemos cambiarlos.

Como ejemplo, detengámonos un momento en la siguiente situación. Varios estudios han revelado que los profesores de instituto (en particular, los de Secundaria) sufren, como ningún otro colectivo, pro­blemas mentales y físicos. Los profesores que los padecen no se dis­tribuyen de forma equivalente entre todos los institutos de España, en absoluto: en algunos de ellos muchos docentes sufren estos proble­mas, mientras que en otros casi ninguno esta afectado. Si poseyésemos la capacidad para controlar nuestros sentimientos y manejar nuestras emociones ¿no estaría repartida entre todos? ¿Es que el colectivo de profesores es particularmente inhábil en esta destreza en algunos lugares de España o en algunos barrios? Evidentemente el problema esta en el entorno: algunos institutos son mucho más estre­santes que otros. Si planteamos que la solución a este problema pasa por ofrecer apoyo emocional a los profesores, enseñarles a calmarse, a no tomárselo tan a pecho, etcétera, (es decir, los remedios habitua­les), en vez de cambiar las circunstancias externas que les llevan a enfermar (el clima de los institutos conflictivos), estaremos ofrecien­do un modelo inútil e ilegítimo éticamente.

Muchos procedimientos para distraerse y quitarse, al menos durante un breve tiempo, las cosas desagradables de la cabeza son eficaces. Y es precisamente esta eficacia a corto plazo lo que hace que se sigan empleando. Todos sabemos lo fácil que resulta caer en la tentación de lo que está justo al alcance de nuestra mano, aunque sepa­mos que, a la larga, nos acarreara un perjuicio ¿Cuántos buenos propósitos de, por ejemplo, mantener un régimen o de practicar todos los días ejercicio físico no se han rota por ello? Precisamente, el que las cosas funcionen durante un tiempo y alivien rápidamente -aunque no solucionen nada de forma definitiva- lleva a que uno perpetúe, quizás perjudicialmente, su empleo.

Quizás haya visto esa divertida película titulada Misterioso asesi­nato en Manhattan. Con su inteligente humor, Woody Allen sabe sin­tetizar en una frase lo absurdo de querer pasárselo bien de forma consciente e inmediata. En una escena, al principio de la cinta, el pro­tagonista le dice a su mujer: ¡Eh! Prometiste no aburrirte durante todo el partido de hockey si yo luego te acompañaba a la opera».

 

La mente o la vida:Una aproximación a la terapia de aceptación y compromiso

Jorge Barraca

Pero… ¿no podemos aprender a controlar nuestra mente? I

La verdad es que también nos corresponde a nosotros erradicar una idea errónea sobre el trabajo psicológico. Esta idea consiste en creer que siempre hay procedimientos eficaces para enseñar a la gen­te a controlar su mente.

Todos sabemos que muchos tienen la certeza de que realmente han aprendido a controlarla, que han dado con métodos para sentir­se mejor ante los problemas, y que estas soluciones les resultan efica­ces incluso al más largo plazo. Mas, cualesquiera que sean esos métodos, de lo que puede usted estar seguro es de que nadie ha dado con un procedimiento psicológico ideal, gracias al cual se relaja o se libe­ra de sus obsesiones y preocupaciones o se desembaraza de sus ata­ques de pánico o supera su tristeza siempre que lo necesita y duran­te tanto tiempo como desea. Estoy negando que se pueda controlar la mente hasta ese punto en problemas realmente importantes.

Es obligación de los psicólogos quitar esa falsa esperanza a las personas que vienen solicitándonos esos métodos. Es una ilusión halagadora para los psicólogos, pues los reviste de un atractivo espe­cial, casi mágico (los hombres que pueden controlar su mente y ense­ñarlo a los demás), pero absolutamente falsa. Cuando se conoce a un psicólogo personalmente se advierte que es una persona como todas los demás respecto a los problemas psicológicos. «Hasta Napoleón es un hombre cualquiera para su ayuda de cámara».

Aunque parezca una contradicción, mientras estemos intentando controlar nuestra mente, no la estaremos controlando realmente. Y es que el «mundo mental» tiene unas reglas bien distintas a las del mun­do externo: mientras en este último, cuando no quieres algo, en gene­ral, lo puedes evitar (alejándote, apartándolo, cambiándolo, etc.), en el primero, en nuestro interior, si conscientemente quieres desembarazarte de algo no dejas de tenerlo presente. Por tanto, mantener una postura en la que buscamos desprendernos de pensamientos que no deseamos, de la ansiedad o de un bajo estado de ánimo tendrá como  consecuencia exacerbar estas situaciones. Es algo parecido al resulta­do que da esforzarse mucho por ser espontáneo.

Esto se puede demostrar con un sencillo ejemplo: ahora va a leer algo, cuando esté ante sus ojos NO LO IMAGINE, TRATE A TODA COSTA DE NO IMAGINARLO. Pues bien: no piense en… un elefante rosa. ¿Lo ha logrado? ¿No? ¿Por qué, si era lo que quería? ¿Acaso no ha desarrollado aún suficiente control mental? ¿Quizá piensa que le he pillado desprevenido y que si lo repitiésemos o si le diera sufi­ciente tiempo lo conseguiría? Inténtelo. Tal vez logre distraerse du­rante un tiempo y entonces el elefante desaparecerá de su conciencia, pero mientras tenga que estar esforzándose por apartarlo, por cubrir­lo tras otra imagen mental, continuará presente. Este resultado paradójico se producirá siempre mientras mantenga un esfuerzo cons­ciente y deliberado, pues no estar dispuesto a pensar en algo supone tener que estar en contacto con ese algo y así es imposible olvidarlo. En realidad, tratar de seguir la regla de no olvidar un contenido deter­minado es misión imposible porque en la misma regla se menciona el contenido que debe olvidarse. Sólo cuando la vida nos lleva a otras preocupaciones y dejamos de esforzarnos por controlar nuestra men­te o por pensar en otra cosa, es posible que desaparezca.

La mente o la vida:Una aproximación a la terapia de aceptación y compromiso

Jorge Barraca

Realmente el Yo es un autobús


Vamos a intentar describir el funcionamiento del Yo haciendo un símil con un autobús; con humildad les pido que abran sus mentes y se preparen para aceptar tal atrevimiento.

En este autobús el conductor representa la toma última de decisión (la función ejecutiva que está en nuestras manos). Los pasajeros que viajan no son seres extraños que pueblan nuestra cabeza: son otras partes del Yo. Donde queremos llegar es que eso que llamamos Yo no es un mecanismo singular sino plural; ya que responde a un cerebro lleno de módulosde procesamiento de datos autónomas.

El conductor parece en un primer momento el verdadero Yo, pero sólo representa la función ejecutiva de un mecanismo colegiado. Representa, más o menos, como la toma de decisiones en una empresa: un consejero ejecutivo que decide pero que está rodeado de otros consejeros que opinan, presionan e influyen en la resolución.

Nuestra manera de pensar es un dialogo nunca un monologo. Nuestro cerebro es una estructura conformada por muchos elementos que tienen cosas que decir respecto a nuestra manera de afrontar nuestra realidad. O sea al discurrir lo hacemos de tal manera que se asemeja a una discusión con distintos participantes. Es como si antes de poner en marcha el autobús los pasajeros tuvieran la osadía de darles consejos e incluso presionar al conductor.

Pero quién es o qué representa cada viajero.  Pues representa a las distintas funciones sensoriales o emocionales que conforman a nuestra mente.

Pongamos un ejemplo: vamos en el autobús por una calle y al doblar la esquina nos encontramos un gato negro cruzando la calzada. En el interior del cerebro se enciende una alarma en la amígdala. Que puede ser por temor a atropellar al animal o porque somos supersticiosos y creemos que nos va a traer mala suerte. Esta señal se convierte en miedo: Automaticamente entra un pasajero en el autobús y empieza a discutir con el conductor; como es una señal de miedo es un personaje malencarado y agresivo. Éste hace temblar al pobre chofer. Si profundizamos nos damos cuenta que parte de lo que nos dice este agresivo viajero es razonable: podemos atropellar al gato; y otra parte, irracional: el gato nos traerá mala suerte.

Esta imagen es una simplificación de cómo funciona nuestro yo. Un autobús lleno de viajeros que son representación de nuestros miedos, nuestros anhelos, nuestras frustraciones, nuestros deseos… Todos opinan y nos presionan sin piedad. Aunque nuestra primera intención es echarlos del vehículo, eso es imposible: esos viajeros son parte de nosotros mismos. Por lo tanto debemos aceptar que siempre vamos a viajar juntos. Ahora está en nosotros ir lidiando con ellos: saber escuchar las opciones razonables, y mandar a los que están con tonterías al final del autobús; porque el volante está en nuestras manos, para su desgracia ellos no pueden mover el volante, sólo pueden conducir si nos convencen o nos amedrentan y accedemos a sus presiones.

En el viaje de esta vida sepa que cuando entra alguien como nuevo viajero en su Yo-autobús es que una zona del cerebro se ha activado; que puede ser una señal adaptativa o una estupidez. Escuche a ese nuevo pasajero y luego: le hace caso si piensa que es bueno para usted o mándelo para los asientos de atrás e ignórelo. Recuerde: Nunca intente echarlo porque es una parte del propio vehículo ni cambiar su opinión pues representa algo que ha salido de un mecanismo de señalización autónoma. Acéptelo y aprenda a convivir con él sin darle más protagonismo que el que merece.

Vivimos en un mundo resbaladizo por estar construido en gran parte verbalmente II

Confundidos en la tela de araña

del lenguaje

nos precipitamos al abismo

 

Pueden hacerse ejercicios similares con otros ejemplos cotidianos; por ejemplo, sobre la proce­dencia verbal de las respectivas reacciones priva­das y públicas ante una persona enferma de sida, a pesar de no haber contactado jamás con la enfer­medad; o la reacción privada y pública ante una persona totalmente desconocida que se presenta a las elecciones, pero que es tachada de «izquier­das» o de «derechas»; o cuando se solicitan fon­dos para potenciar una acción política que alguien valora como muy buena pero cuya valoración cam­bia cuando llega a conocer que es una mujer quien dirige el proyecto, sin tener más información al respecto. Igualmente, si un partido político presenta un proyecto de ley y alguien comenta que se trata de una ley «conservadora y retrógrada», todas las funciones que pudieran tener «conservadora» y «re­trograda», según la historia individual, se trans­fieran a tal proyecto y a quien lo ha propuesto.

Lo relevante aquí es, retomando el primer ejem­plo, que el significado de la persona que ha acudi­do al psiquiatra se ha adquirido por una vía deri­vada o relacional; o, lo que es igual, ha ocurrido en ausencia de una interacción real expresa con esa persona.

Una buena parte del comportamiento humano es, en esencia, un proceso únicamente factible por la existencia de un sistema verbal que actúa como tal.

Por tanto, la mayor parte del quehacer psicológico de los humanos está impregnado o filtrado por las funciones verbales, ya que interactuamos con un ambiente (lo que vemos, oímos, tocamos, deci­mos, etc.) que está cargado de significados en base al aprendizaje individual que nos CONVIERTE EN SERES VERBALES. Por ello, no es de extrañar que auto­res de muy diferentes vertientes del saber humano…hayan coincidido en afirmar…Algo así como que «TODO LO QUE NOS RODEA ES VERBAL»…

 

Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT)

Nelly G. Wilson

M. Carmen Luciano Soriano

 

Un novicio preguntó al prior:

-“Padre, ¿puedo fumar mientras rezo?”

Y fue severamente reprendido.

Un segundo novicio preguntó al mismo prior:

“Padre, ¿puedo rezar mientras fumo?”

Y se alabó su devoción.

 

Vender la moto

Matteo Rampin